martes, 9 de enero de 2007

Haruki Murakami, Kafka en la Orilla de la Playa (Tusquets, 2006)


Antes intentaba escribir reseñas más o menos objetivas. Algo de eso pueden encontrar en las que he dejado abajo, y que en su momento se publicaron en la Revista Mensaje. Sin embargo, dado que en este caso escribo sólo para mi blog, me siento en paz con decir lo que se me ocurra.

Esperé este libros por meses. Estuve tentado a comprarlo en Inglés pues sentía que ya tardaba mucho la llegada de la traducción. Dejé agotados a mis amigos de la Ulises preguntando, día por medio... ¿cuándo llega Kafka?

Es posible que no sea objetivo en lo que a Murakami se refiere. Adoro como escribe, y he disfrutado aún aquellos de sus libros que no están entre los mejores, como “Sputnik mi amor”.

Kafka en la Playa fue el libro más vendido del año en USA. Ocupó el número 1 en la lista del New York Time, y se lo merece. Es un libro hermoso. Aunque debo reconocer que la Crónica del Pájaro que da Cuerda al Mundo y Tokio Blues (Norwegian Word) siguen siendo sus dos obras maestras. Me complica la popularidad de Murakami. Siento que en algún momento el NYT se lo va a llevar y nos lo devcolverá convertido en Dan Brown (ese es el del Código DaVinci, o no?). También, como lo decía nuestro querido Armando Uribe, hay que sospechar de los autores que venden mucho. No hay tantos buenos lectores!!!


Y sin embargo. Aquí está por fin.

Kafka Tamura es un joven de quince, cuyo destino está marcado por la tragedia. Su padre le ha vaticinado que tarde o temprano, dormirá con su madre y con su hermana, y cual Edipo, dará muerte a su progenitor.

La maldición es la excusa para iniciar una historia repleta de esos ingredientes de realismo mágico que el propio Murakami reconoce como influencia de nuestra literatura latinoamericana, sin embargo, como siempre, el autor consigue un tono bajo, un tono de cierta despreocupación o hasta de cinismo, que es el que realmente encandila.

A sus personajes, las cosas les ocurren, y ellos apenas se preguntan el por qué.

Kafka Tamura escapa y lleva a la espalda un “otro yo” que le relata su vida y sus desafíos, y eso no parece preocuparle.

Su historia se cuenta en paralelo con la de un extraño anciano que no puede leer pero conversa con los gatos, y en los sueños de ambos, las historias se cruzan.

Sus personajes son entrañables. Especialmente el de la directora de la biblioteca de un pequeño pueblo, que resulta vital para la historia. O la de su ayudante, una mujer que se siente hombre, pero que en esa condición se reconoce Gay. (nunca he usado la vagina, todas mis relaciones han sido anales, nos comenta)

En fin. Que Kafka en la Orilla es un libro que debemos leer. Pero por sobre todo, nos debe empujar a conocer mejor a su autor.

Seguiré escribiendo sobre Murakami en este espacio, y añorando la llegada de un nuevo libro.

Paul Auster. Creía que mi padre era Dios. (Anagrama 2002)

“Creía que mi padre era Dios”, es una recopilación de narraciones verídicas de personas comunes de los Estados Unidos. La culminación de un proyecto radial, emitido por la National Public Radio de los EEUU, y conducido por el escritor Paul Auster. El proyecto consistió en invitar a los auditores a enviar relatos cortos, con la única condición de que los mismos fueron reales. Fueron más de 4.000 los recibidos, casi todos fueron leídos en el programa y de ellos, Auster seleccionó 180 que conforman esta edición.

Jorge Luis Borges, inicia su relato la Biblioteca Total acotando: “El capricho o imaginación o utopía de la Biblioteca Total incluye ciertos rasgos, que no es difícil confundir con virtudes [...] Ciertos ejemplos que Aristóteles atribuye a Demócrito y a Leucipo la prefiguran con claridad, pero su tardío inventor es Gustav Theodor Fechner y su primer expositor es Kurd Lasswitz”.

¿Realidad? Quien puede decirlo. La magia de la fantasía está en las mil maneras de lograr que lo maravilloso nos parezca indudable. Borges lo hace a través de un truco simple. La profusión de datos que mientras más precisos se vuelven menos verificables, haciéndonos caer, y eso ya no es simple, en una alucinación que nos arrastra hasta la última línea.

Con “Creía que mi padre era Dios”, Auster nos propone el ejercicio inverso. En estos ciento ochenta relatos, divididos en 10 capítulos (animales, objetos, familias, extraños...) la única garantía de veracidad es la simpleza de la anécdota, la familiaridad de cada autor con un trozo de su vida. Y sin embargo, sabemos o sentimos que al menos gran parte de ellos son tan verídicos como la memoria y el recuerdo de sus autores lo permitan. Tal vez por eso, la calidad de las narraciones pasa a un segundo plano, y nos contentamos con mirar este libro como quien mira a través de una ventana, para espiar la vida de una mujer que encuentra el hogar de su infancia en una cinta de vídeo mientras la edita (La cinta de Video, pag. 100), o la asistente que mucho antes de intimar con el jefe, debe esconderse en una esquina para no ser sorprendida por la esposa (El capricho de Suzy, pag. 360).

Las colecciones de relatos, como las bibliotecas de Borges, terminan siempre siendo circulares. Ya sea porque todo lsu contenido tiene algo en común o quizás precisamente por todo lo contrario.

Este es un libro fácil de leer y difícil de criticar. Se nos escapa por entre los dedos. Es liviano en el sentido más espiritual de la palabra... Por eso, tal vez, sea bueno leerlo en Navidad, siguiendo el consejo de uno de los autores (Una charla con Bill, pag. 221) quien relata una muy íntima conversación con un desconocido en un bar, y reflexiona: “como estábamos en Navidad, tampoco me importó la posibilidad de conocerlo a fondo”.

Julián
2002

lunes, 8 de enero de 2007

CRÒNICA DEL PÁJARO QUE DA CUERDA AL MUNDO

CRÓNICA DEL PÁJARO QUE DA CUERDA AL MUNDO (Tusquets, 2001)

Haruki Murakami


En el capítulo Máscaras Mexicanas, del Laberinto de la Soledad, Octavio Paz nos dice: “El mexicano se me aparece como un ser que se encierra y se preserva: máscara el rostro y máscara la sonrisa”.
Quizá justamente porque Paz dedicó gran parte de su obra a analizar la cultura de su pueblo – pueblo esencialmente transcultural- o porque el Japón es también un país de máscaras, es que resulta de especial interés su aproximación a la cultura nipona. En un interesante artículo de 1954, denominado “Tres momentos de la Literatura Japonesa”, reflexiona acerca de aquello que hace único al Japón. Compara a la pequeña isla con un ser vivo al que nada le hace falta, y en el cual, sin embargo, casi todo es Chino. “La moral, la filosofía, la mística, la etiqueta...” todo.
En 1954, Haruki Murakami cumplía 5 años. Su Japón es el de los ochenta y en él, un hombre de treinta años cocina espagueti mientras silba a Rossini.
En el mundo de Murakami no hay croquis. No existe una estructura preconcebida. La gazza ladra, los espaguetis se recuecen y en el teléfono una mujer desconocida intenta un diálogo que marcará el inicio del absurdo.
Este autor que recién pasa los 50, representa lo más nuevo en las letras niponas, escribe desafiando los lugares comunes acerca de la literatura y temática japonesas, sin dejar de ser, se diga lo que se diga, un escritor del oriente.
Sus personajes son inmutables, mucho más que impasibles; son extraños y caóticos. Y sin embargo son ellos quienes nos toman de la mano, desde la intimidad de la primera persona, para hacernos recorrer, no sólo las calles de un Tokio moderno y sobrepoblado, sino también la memoria épica del Japón, con guerras, héroes y mutilaciones.
Ya el título de este libro es una provocación. Largo, absurdo, misterioso. Así es Murakami, un personaje de sus propias novelas, un escritor que se identifica y se autodelata en cada una de sus aproximaciones, partiendo desde una anécdota trivial, para crear universos en los que cada esquina es un túnel.
La Crónica del pájaro que da cuerda al mundo es una gran metáfora sobre la soledad. Su historia, un resbalón en la escala, una gran broma de mal gusto en la que las imágenes femeninas deambulan repletas de un poder reclamado por centurias.
Esta es una obra que interpela. Ante ella, como Paz, el lector occidental se pregunta necesariamente acerca de aquello que nos hace sentir tan cerca de un joven japonés de los ochenta. Y Murakami responde: “Esta es la historia de Tooru Okada. Un hombre de 30 años, sin trabajo, abandonado por su esposa y por su gato y acosado por mujeres que murmuran obscenidades en la línea telefónica. Es la historia de un joven que silba a Rossini mientras cocina espagueti”.

Julián