martes, 9 de enero de 2007

Paul Auster. Creía que mi padre era Dios. (Anagrama 2002)

“Creía que mi padre era Dios”, es una recopilación de narraciones verídicas de personas comunes de los Estados Unidos. La culminación de un proyecto radial, emitido por la National Public Radio de los EEUU, y conducido por el escritor Paul Auster. El proyecto consistió en invitar a los auditores a enviar relatos cortos, con la única condición de que los mismos fueron reales. Fueron más de 4.000 los recibidos, casi todos fueron leídos en el programa y de ellos, Auster seleccionó 180 que conforman esta edición.

Jorge Luis Borges, inicia su relato la Biblioteca Total acotando: “El capricho o imaginación o utopía de la Biblioteca Total incluye ciertos rasgos, que no es difícil confundir con virtudes [...] Ciertos ejemplos que Aristóteles atribuye a Demócrito y a Leucipo la prefiguran con claridad, pero su tardío inventor es Gustav Theodor Fechner y su primer expositor es Kurd Lasswitz”.

¿Realidad? Quien puede decirlo. La magia de la fantasía está en las mil maneras de lograr que lo maravilloso nos parezca indudable. Borges lo hace a través de un truco simple. La profusión de datos que mientras más precisos se vuelven menos verificables, haciéndonos caer, y eso ya no es simple, en una alucinación que nos arrastra hasta la última línea.

Con “Creía que mi padre era Dios”, Auster nos propone el ejercicio inverso. En estos ciento ochenta relatos, divididos en 10 capítulos (animales, objetos, familias, extraños...) la única garantía de veracidad es la simpleza de la anécdota, la familiaridad de cada autor con un trozo de su vida. Y sin embargo, sabemos o sentimos que al menos gran parte de ellos son tan verídicos como la memoria y el recuerdo de sus autores lo permitan. Tal vez por eso, la calidad de las narraciones pasa a un segundo plano, y nos contentamos con mirar este libro como quien mira a través de una ventana, para espiar la vida de una mujer que encuentra el hogar de su infancia en una cinta de vídeo mientras la edita (La cinta de Video, pag. 100), o la asistente que mucho antes de intimar con el jefe, debe esconderse en una esquina para no ser sorprendida por la esposa (El capricho de Suzy, pag. 360).

Las colecciones de relatos, como las bibliotecas de Borges, terminan siempre siendo circulares. Ya sea porque todo lsu contenido tiene algo en común o quizás precisamente por todo lo contrario.

Este es un libro fácil de leer y difícil de criticar. Se nos escapa por entre los dedos. Es liviano en el sentido más espiritual de la palabra... Por eso, tal vez, sea bueno leerlo en Navidad, siguiendo el consejo de uno de los autores (Una charla con Bill, pag. 221) quien relata una muy íntima conversación con un desconocido en un bar, y reflexiona: “como estábamos en Navidad, tampoco me importó la posibilidad de conocerlo a fondo”.

Julián
2002

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